“Convierto el dolor en color”

Entrevista para El Nuevo Mundo Israelita


Entrevista conducida por Andrea Hernandez. 


Elisa Abadí
“Convierto el dolor en color”



Alumna de los maestros y artistas plásticos Pedro León Zapata, Antonio Lazo, Harry Abend y Gerardo Ruiz; con dos años de pintura y escultura en el Instituto de Arte Federico Brandt; y cursos de pintura, dibujo, talla en madera y grabado en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Imber, donde también trabajó cinco años en la Unidad de Educación Especial Braille, esta joven artista plástica judeo-venezolana se nutre de toda la experiencia y transforma lo que recoge de su entorno, en obras de arte muy particulares. Es hija del sincretismo prácticamente desde el día que nació, el 4 de abril de 1974. Sus padres, Jacob Abadí y Helena Trías, un economista y una licenciada en filosofía, se esforzaron por darle a ella y a su hermano menor una educación con valores de integridad y respeto hacia los demás. Hija también, de la postmodernidad y cultora de una simpática irreverencia, desde su residencia de Valencia (estado Carabobo) sostuvo un diálogo vía chat con nuestra periodista Andrea Hernández, en el que repasa sus años formativos, sus inquietudes artísticas y personales y su proceso creativo.

Andrea: ¿Cómo transcurre tu niñez/juventud hasta que te das cuenta de que quieres ser artista?
Elisa: Bueno, creo que la vena artística se me metió en el Colegio, porque estudié en el Emil Friedman y desde pequeña asistía con mis padres y mi hermano a exposiciones y conciertos. Pero lo que siempre quise ser cuando fuera grande era médico.

Andrea: ¿En serio?
Elisa: Sí, me encantaba la Medicina; de hecho, algo tuve que estudiar cuando estaba en la Escuela de Arte, dibujo anatómico, y una vez fuimos a donde hacían las autopsias en la UCV para dibujar.

Andrea: ¿Y eso que no estudiaste en el colegio comunitario?
Elisa: Es porque desde chiquita me gustó la música y, como el Friedman era un colegio especializado en eso, me inscribieron allí. Pero mi hermano sí estudió en el Colegio Moral y Luces, y ahora es médico.

Andrea: ¿Cómo ha sido tu relación con tus padres?
Elisa: Mi papá nos crió para que fuésemos muy rectos, para que siempre fuéramos los mejores por ser judíos. Mi mamá nos decía que sólo quería que fuéramos felices. Así que, te podrás imaginar, ¡qué enredo! Pero ambos nos dieron valores bonitos, como la honestidad, la lealtad y el sacrificio.


Andrea: Cuéntame más de esa historia de la mezcla de culturas, de formas de pensar, ¿cómo crees que eso influyó en ti?
Elisa: Así es, una romántica y un cuadrado. ¡Uy! Influyó muchísimo… en la angustia, en ser siempre alguien “fuera de lugar”, en no sentirme nunca cómoda en ninguna parte, en no encontrar eco en nadie, en que no me gusta competir con nadie… El arte es algo muy subjetivo. Es muy simple: o gusta o no gusta. Uno no puede estar pintando a ver si se va a vender, si le puede gustar a la gente, si con esa obra uno va a ganar algún salón o un premio… Eso no es ser artista.

Andrea: ¿Y tocabas algún instrumento de niña?
Elisa: Violín. Lo estudié por siete años y hasta el sol de hoy a veces toco, pero, te voy a confesar algo… Aparte de médico, ¿sabes qué quise ser siempre? Peluquera. Le cortaba el pelo a todas las muñecas y hoy todavía le corto el pelo a varias personas, y hasta yo misma me lo corto… Soy como Zohan, ¿viste esa película? Bueno, yo soy la Zohan del arte (risas).

Andrea: Pero, de alguna manera, la música fue el inicio del arte en tu vida.
Elisa: Así es, otra pasión… Aunque, por un lado, tenía un tío pintor y mi abuelo era escultor, y el Emil Friedman es un colegio muy completo, que te va desarrollando desde temprano muchas habilidades.

Andrea: ¿Qué hiciste cuando saliste del Friedman?
Elisa: Lloré cuatro días seguidos, porque apenas estaba en segundo año de bachillerato y fue cuando trasladaron a mi papá para Valencia…

Andrea: Me imagino que no fue fácil adaptarse a la vida allá.
Elisa: Ahí empecé a sentirlo… Y cuando me gradué de bachiller y no me salió el cupo para estudiar Medicina, inventé estudiar Diseño Gráfico.

Andrea: ¿En Valencia o te viniste a Caracas?
Elisa: Ese es el invento del siglo. Empecé en Valencia, estudié tres semestres y, como estaba en una sucursal del Instituto de Diseño de Caracas, le dije a mi papá que quería estudiar Ilustración, que aquí no había y en Caracas sí.

Andrea: Eso fue una estrategia.
Elisa: Sí, la que me hizo irme a Caracas a los diecinueve años… La etapa más feliz de mi vida.

Andrea: ¿Qué fue lo más difícil de esa etapa?
Elisa: Yo no iba sola ni a casa de mis primas, no me dejaban hacer nada sola, yo ni hablaba. Y de repente, inventar irme a Caracas, a vivir sola y a estudiar Ilustración… Era una coartada, porque lo que quería era estudiar Arte en el Instituto de Arte Federico Brandt, en San Bernardino. Mi papá y mi mamá casi se matan, porque cómo era posible que la niña se fuera a vivir sola después que ni a la panadería iba sola… Eso fue “el infierno en la torre”, pero yo, feliz de la vida: estudiaba trabajaba, vivía sola, ¡era una maravilla! Entré en el Federico Brandt, donde tenían un método de enseñanza libre, te trataban como un adulto, las clases eran maravillosas, la casa era mágica; y trabajaba en la Biblioteca del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, donde conocí a mi ex esposo, un periodista que trabajaba para la Unesco. En 1999 me mudé a México, luego a Brasil… En un viaje a Perú, un 14 de febrero casualmente, él pidió el divorcio y regresé a Venezuela, a casa de mi mamá en Valencia. Eso fue en 2002 y desde entonces vivo añorando poder volver a Caracas.

Andrea: ¿Qué hacías durante esos viajes?
Elisa: Yo tenía una carta de recomendación de Sofía Imber para trabajar en el Museo de Bellas Artes de México, y eso ella no lo hace con nadie. Pero siete meses después, cuando iba a buscar trabajo, en el DF se acabó el proyecto dónde trabajaba mi ex esposo, Iberoamérica Pinta, y cómo él era peruano pero graduado en Brasil, decidió que nos íbamos a Río… Aunque fue un fiasco, porque la que trabajaba en un café, en el Consulado de Venezuela en Río, exponía y estudiaba escultura en una pequeña escuelita allá era yo, mientras él se quedaba en casa todo el día. Hasta que un día fui a Lima a renovarme la visa para seguir en Brasil y, estando en casa de mi suegra, me escribió para pedirme el divorcio. Mi única opción fue regresar, pero como mi papá tiene un carácter un poco fuerte y yo no podía ir a su casa, se me ocurrió venir a pasar el trago amargo con mi mamá, que es mi súper amiga, pero ahora no me he podido mover de aquí. Sin embargo, aquí también he trabajado de diseñadora y hasta he expuesto. También he hecho otras cosas: estudié un tiempo cocina, trabajé en una tienda de ropa y hasta fui diseñadora de franelas, que fue mi último trabajo.

Andrea: ¿Y en Caracas no tuviste exposiciones?
Elisa: Participé en una colectiva en 1998, pero no en el Museo —ojalá, dice para sí—. En el MACSI tenía un trabajo muy interesante, con invidentes. Hice la única sala Braille para invidentes en un museo en Latinoamérica y hacía los catálogos para las exposiciones temporales y permanentes. Era maravilloso ese trabajo, se aprendía muchísimo; lo que me daba dolor era ver a los niñitos ciegos, pero como se divertían tanto, a veces a uno se le olvidaba de que no podían ver… Al fin y al cabo eran niños.

Andrea: ¿Qué tal la vida como artista en el exterior?
Elisa: México me fascinaba, aunque estuve tan poco tiempo y no expuse nada allá, resultó ser una gran influencia en mi pintura. Pero en Brasil sí, expuse, gané algunos reconocimientos y hasta me metieron en un libro de la Academia de Bellas Artes Brasileras como única artista extranjera. Creo que si hubiese seguido allá no me hubiese ido mal con el arte, pero en esas condiciones de mi vida personal no podía seguir en Brasil.

Andrea: ¿Cuáles consideras que han sido las mayores influencias de tu trabajo?
Elisa: Formales: el expresionismo alemán… y que después haya adoptado esa cosa kitsch mexicana, latina, que no se sabe bien de qué país es, resulta medio ingenuo, irónico, porque algunas de las pinturas tienen un sentido del humor que no parece femenino; hay algo personal, algo biográfico; y también me voy por la parte social, retratando la tipología de la gente humilde, tan maltratada en nuestro país. Es una mezcla de todo lo que me gusta, me enternece y me apasiona. Creo que el arte es así una especie de desahogo de lo que uno tiene adentro.

Andrea: Háblame de los aspectos técnicos de tu obra. Materiales, colores… y qué significado que tiene para ti.
Elisa: Pinto al óleo sobre tablas que me encuentro en la calle con todos los colores que pueda usar. Cuando uno ya está buscando su camino en cuanto a querer tener un estilo propio, me da mucha risa como uno no le hace el más mínimo caso a lo que le enseñan formalmente en la escuela.

Andrea: ¡Oh, por Dios! ¿Y qué haces? ¿Pasas todo un día buscando las tablas en la calle?
Elisa: (risas) ¿Sabes que existe el término “recogelatas”? Pues, yo soy “recogemaderas”. Casi todo lo he conseguido en la calle, hasta las sillas que has visto en las fotos, pero unas las vendí en Caracas y otras se quedaron en Brasil.

Andrea: De todas tus obras, ¿cuál (o cuáles) ha(n) sido con la(s) que más te has conectado?
Elisa: A veces a uno no le gusta mucho lo que hace, pero hay dos que me gustan muchísimo: Chinga Su Madre (las de las pasitas) y la de Avena Quaker, que dice “Cuate”… Y cada vez que pinto a mi mamá en pantaletas (risas) y a mi perro. Una vez me dejó de hablar por pintarla así y yo le dije: “Bueno, mamá, ¿que quieres que pinte? ¿Un campo de trigo? Tengo que pintar la realidad que me rodea”.

Andrea: ¿De alguna manera sientes que tu relación con tu papá o con el judaísmo te ha influenciado a la hora de pintar?
Elisa: No sé… Tengo una pintura que es un homenaje a Chagall. Me imagino que el judaísmo influyó en el sentido del humor y la ironía, y en la culpa que todos llevamos… Porque mi papá quiere que sea pintora para tener un yate, y eso no es así. Vivir del arte en un país dónde ni siquiera valoran la vida humana… En fin, ¿qué podemos dejar para el espíritu? Ese peso es fuerte, viene de las experiencias colectivas, de cómo hemos sufrido históricamente y hemos tenido que salir del montón. Por eso siempre sabrás dónde anda un judío metido; en el cine, en las artes, en la ciencia… Pero a mí, la verdad, eso no es lo que me motiva: hay que salir adelante y punto… Somos enrollados, pero, eso sí, nadie nos quita lo bailao.

Andrea: ¿Y qué te inspira? ¿Qué cosas te motivan a agarrar lo que otro botó a la calle y convertirlo en arte?
Elisa: Bueno, como te dije, muchas cosas: las caras de la gente que se montan en los autobuses, los perros, mi mamá, que es una gran influencia en mí, los colores mexicanos, el dolor de la gente que sufre… Yo digo que convierto el dolor en color.

Andrea: Y en sentido contrario, ¿qué te restringe? ¿Qué se te atraviesa o se te hace un obstáculo?
Elisa: Creo que nada. Quizás que a veces no pueda dibujar exactamente lo que tengo en la cabeza, pero no tengo ningún tabú con respecto a ningún tema. Por otro lado, el dinero es un obstáculo: la situación de las galerías, el óleo que no se consigue, la burocracia que hay en este medio, que es grande, y eso de hacer arte en un entorno en el que no valoran la vida. También la soledad… Afecta mucho eso de no encontrar eco en otras personas. Es difícil, por eso siempre me he sentido incomprendida y fuera de lugar.

Andrea: Ya ni siquiera es que no se pueda vivir del arte, sino el simple hecho de que no sea apreciado… Es como gritar en el vacío.
Elisa: Exactamente, eso siempre ha sido terrible en este país y ahora es mundial.

Andrea: ¿No has pensado en dar clases?
Elisa: ¡No! ¡Para nada! No me gusta la mediocridad y no me siento capacitada para dar clases; además, no tengo paciencia (risas).

Andrea: Pero todavía debe quedar mucho por aprender entonces…
Elisa: Sí, aunque creo que mi verdadera escuela fue el MACSI, ahí aprendí muchísimas cosas, una experiencia de las mejores, además que yo siempre quise trabajar allí y entré, esa es otra cosa mía, siempre trato de hacer todo lo que me pasa por la cabeza.

Andrea: ¿Qué esperas para el futuro?
Elisa: ¡Irme a Caracas de nuevo es lo que mas quiero! pero no tengo los medios y no quiero vivir en casa de nadie. Nunca he vivido de pintar sino de un trabajo formal, de modo que estoy esperando una nueva oportunidad.

1 comentario:

  1. me encanto esta entrevista me identifique mucho contigo Elisa... que lindo que exista gente como tu... soy estudiante de arte por amor y trabajo en un restaurante para pagar los gastos siempre he pensado que vivir del arte le ejerce una viscosa presión que lo desfigura al antojo comercial... Claro que te paguen bien por hacer lo que a ti te gusta tal como te gusta y tal como lo creas es otra cosa y no esta de mas :) jejajajaja espero algún día poder conocerte :)

    ResponderEliminar

Tu comentario es importante